Un disfraz audaz. Narrado por Natalie Espino, Entusiasta del museo y Funcionaria Público

Francisco de Goya y Lucientes

(Fuendetodos, Zaragoza, 1746–Burdeos, 1828)

La duquesa de Alba

1797

Óleo sobre lienzo, 210.3 × 149.3 cm

Inscrito abajo (en el suelo): «Solo Goya / 1797»

Nueva York, The Hispanic Society of America, A102

Francisco de Goya dejó una de sus imágenes más deslumbrantes en este retrato de la XIII duquesa de Alba, María del Pilar Teresa Cayetana de Silva Álvarez de Toledo y Silva Bazán (1762-1802). Además de ser un brillante alarde de pintura, también atrae por el misterio que se cierne sobre su creación y su significado.

Nacido en Fuendetodos (Zaragoza), Francisco de Goya se formó con maestros locales en Zaragoza antes de continuar sus estudios en Madrid y en Italia. Ya afincado definitivamente en Madrid pintó cartones para la Real Fábrica de Tapices y se erigió en retratista de éxito, contando entre sus clientes al propio rey Carlos III, su hermano el infante don Luis, aristócratas de las familias Osuna y Alba y muchos ministros del gobierno. La carrera de Goya siguió floreciendo bajo el monarca siguiente, Carlos IV, pero su estilo dio un giro radical tras recuperarse de una misteriosa enfermedad contraída en una visita a Andalucía en 1792. No solo se forjó entonces una asombrosa técnica, sino que en su temática irrumpieron asuntos inquietantes y dramáticos. En parte reflejaban la turbulencia de los tiempos, desde los horrores de la invasión napoleónica de España (1808-1814) hasta el restablecimiento de la dinastía borbónica en la persona del hijo de Carlos IV, Fernando VII. Fruto de las severísimas medidas represivas del nuevo rey fue que el propio Goya huyera de España para acabar muriendo en Burdeos.

Hay que ver en ese contexto su retrato de la duquesa. La duquesa de Alba era una de las figuras más llamativas en la corte española de los últimos años del siglo XVIII. Cuando Goya pasó unos meses invitado en su finca de Sanlúcar de Barrameda, de 1796 a 1797, María del Pilar Teresa Cayetana tenía treinta y cinco años, acababa de enviudar y estaba en la flor de su belleza: para un visitante francés en Madrid, Jean-Marie-Jerôme Fleuriot, la duquesa de Alba «no tiene un solo cabello que no inspire deseos». Aquí la vemos, dando la espalda a lo que podría ser el Guadalquivir o uno de sus ramales en su hacienda de Sanlúcar, vistiendo el traje negro de maja inspirado en modelos populares. Goya lo ejecuta con una brillantísima libertad de pincelada, sobre todo en las mangas y la mantilla, que contrasta con las veladuras suaves y casi transparentes del paisaje. El pintor capta con intensa vividez a su modelo y su entorno, pero la duquesa sostiene una mirada enigmática.

La relación que hubo entre los dos ha dado origen a muchas especulaciones; los detalles no los conoceremos nunca. Que Goya sucumbió al hechizo de la duquesa, lo revela claramente su arte: obras posteriores dejan entrever una decepción, pero aquí ese momento no ha llegado aún. En la arena está escrito «Solo Goya», y en los anillos de la duquesa se leen las inscripciones «Alba» y «Goya». El retrato tuvo una gran significación personal para el artista, que lo conservaba en su taller muchos años después de muerta Cayetana. El espectador de hoy puede entender fácilmente ese apego: es un ejemplo sobresaliente de la magnitud del arte de Goya, y quizá el mejor de todos sus retratos.

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Francisco de Goya, “Dios la perdone. Y era su madre” [God forgive her and it was her mother], Plate 16 from Los Caprichos, etching, 1797–99.

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Francisco de Goya, “Volaverunt” [They have flown], Plate 16 from Los Caprichos, etching, 1797–99.

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Francisco de Goya, Majas fighting majo observing (recto), 1796-1797. Black ink and gray wash on laid paper

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