Grabados del siglo xvii
Entre los grabados más antiguos que figuran en la colección se encuentran obras de José de Ribera (1591-1652), el primer gran artista español que adoptó este soporte. Curiosamente, no obstante, Ribera lo utilizó principalmente como vehículo para difundir sus composiciones y extender su reputación cuando trabajaba en Italia. Al comienzo de su carrera, creó algunos de los más impresionantes aguafuertes de su tiempo, pero, una vez que hubo consolidado su posición, optó por abandonar la técnica. Tal vez la más célebre de sus obras, Sileno ebrio (1628) repite su pintura sobre el tema (Museo di Capodimonte, Nápoles), aunque el artista introduce ligeras variaciones. El cuadro gozaba de cierto prestigio por aquel entonces, y el grabado también cobró fama, alcanzando tres ediciones en el siglo xvii.
En la propia España del siglo xvii, un puñado de artistas produjo obras de prestigio, pero no surgió ninguna escuela local de expertos grabadores, y la mayoría de los artistas no aprendían las técnicas del grabado. No obstante, la Hispanic Society posee estampas de Pedro de Villafranca Malagón (hacia 1615-1684), Matías de Arteaga y Alfaro (1633-1703), y Juan de Valdés Leal (1622-1690), que tenían como finalidad ilustrar libros. Otros, tales como Pedro Perret (1555-1637) o Juan Schorquens (hacia 1595-1630), que crearon láminas de elevada calidad, eran extranjeros que habían estudiado fuera y se habían establecido en Castilla precisamente porque el mercado nacional era muy débil.
Grabados del siglo xviii
El grabado adquirió mayor importancia en el siglo xviii con la fundación de la Real Academia de San Fernando, en 1752. Allí, los estudiantes aprendían a hacer grabados y aguafuertes, y artistas tales como Manuel Salvador Carmona (1730–1807) dominaban estas técnicas. Cuando los profesionales locales adquirieron cierta destreza en el arte del grabado, no tardaron en encontrar oportunidades de desplegar su recién adquirida habilidad.
La actividad de Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828) se corresponde con este incremento del interés por el medio. Entre los artistas españoles, su talento como grabador no tiene parangón, ya sea como creador de cuatro grandes series de estampas —Los Caprichos, La Tauromaquia, Los Desastres de la Guerra y Los Disparates— o en su faceta de innovador técnico, primero en el uso de la aguatinta y, más tarde, en su dominio de la litografía. Ante todo, era capaz de captar efectos visuales dramáticos, ya fueran atmósferas enigmáticas o intensas escenas al aire libre. Goya trabajó el grabado durante toda su carrera, creando obras cada vez más profundas e impactantes, llenas de una mordaz crítica de su sociedad y de proclamas universales acerca de la condición humana. Hasta el final de sus días, Goya continuó experimentando e inventando con este soporte, como cuando adoptó la novedosa técnica de la litografía y creó una serie de sensacionales estampas de corridas de toros.
Grabados del siglo xix
Si bien los artistas españoles no tardaron en apreciar el legado de Goya, no recurrieron al aguafuerte de forma sistemática hasta pasado el año 1850; al mismo tiempo, introdujeron nuevos temas: escenas de género, paisajes y visiones de la España urbana. En Madrid, artistas tales como Carlos de Haes (1826-1898) realizaron exquisitos grabados que captaban la belleza y la tranquilidad de la España rural.
Tal vez el grabador más famoso del tercer cuarto del siglo xix fuera Mariano Fortuny y Marsal (1838-1874). Aunque sólo realizó una pequeña cantidad de grabados, estos se cuentan entre las obras españolas en este medio más destacadas del siglo xix. Había aprendido la técnica cuando era estudiante, pero la retomó ya como artista maduro, realizando aguafuertes por las tardes en su estudio, cuando ya no podía pintar al aire libre. Desde una perspectiva temática y estilística, estos grabados siguen su evolución como pintor, en algunos casos incluso reproduciendo las mismas imágenes: escenas de Marruecos, la vida en el Madrid moderno, y temas históricos. Independientemente del contenido, Fortuny respondía con una técnica brillante que evocaba las atmósferas más dispares con estupendos resultados.
Grabados del siglo xx
A finales de siglo, la presencia del arte moderno se dejó sentir en Barcelona. Encabezados por Santiago Rusiñol (1861-1931) y Ramon Casas i Carbó (1866-1932), los artistas modernistas mezclaban Naturalismo y Simbolismo en un esfuerzo por reconquistar el mundo visible y dotarlo de expresión emocional. Si bien hoy en día se los conoce principalmente como pintores, estos artistas también realizaron grabados y pósters de excepcional calidad. Inspirados por este círculo barcelonés, numerosos artistas catalanes se fueron a Francia para continuar estudiando. Entre ellos, Hermen Anglada Camarasa (1871-1959) realizó un limitado número de grabados, por lo general retratos de personajes vistos desde los hombros hacia arriba. En ellos, emplea un estilo similar al de sus dibujos, trabajando con trazos dinámicos que no sólo describen el aspecto físico del modelo, sino que también interpretan su carácter. Otro catalán, Joaquim Sunyer Miró (1874-1956), destaca por su habilidad para reducir las formas a contornos expresivos y transmitir atmósferas tan diversas como un inquietante sentimiento de alienación o el placer de un día en el parque. Para realzar el efecto de estas formas, Sunyer recurre a la impresión en color, una nueva herramienta que los artistas de París empezaban a utilizar como vehículo para lograr esos efectos tan vívidos. Allí donde, anteriormente, las impresiones en color tenían una connotación peyorativa, ahora los artistas obtenían resultados tan impresionantes que esa actitud comenzaba a desvanecerse, y los esfuerzos de Sunyer, tales como su En el Moulin Rouge, de 1899, suponen una parte importante de ese resurgimiento de la impresión en color. El artista vasco Francisco Iturrino (1864-1924) también destacó en este campo. Tras recibir su formación inicial en Bilbao, en 1883 se trasladó a Bélgica, donde se adhirió al movimiento simbolista y comenzó a exponer su obra tanto allí como en Francia. En sus grabados, plasmó con destreza temas típicos españoles, y lo hizo con un estilo fluido, recreando el efecto de una acuarela o una aguada.
Al mismo tiempo que el grabado triunfaba en Barcelona, los artistas de Madrid producían estampas de idéntica relevancia. Sorprendidos por la derrota de su país a manos de los Estados Unidos de América en 1898, los intelectuales españoles se habían propuesto definir una identidad nacional y revitalizar la nación. Sus escritos provocaron un momento de gran agitación y creatividad, y es en ese contexto en el que debe analizarse el arte de esa época, en particular dado que algunos, como Ricardo Baroja Nessi (1871-1953), participaron activamente en el movimiento. El retrato que Baroja hace de la gente en los cafés, las escenas urbanas y la vida rural refleja las inquietudes de estos pensadores, pero él nos presenta esas imágenes con tamaña expresividad visual que estas devienen impactantes obras de arte por derecho propio. Incluso mientras creaba aquellas estampas en respuesta a los problemas de su tiempo, también se inspiraba en gran medida en los modelos españoles tradicionales, en particular en Goya. La capacidad de Baroja para trabajar dentro de esta tradición e inventar semejantes obras acabaría por ejercer una considerable influencia sobre toda una generación de grabadores. Tal vez el más notable de esos artistas más jóvenes sea José Gutiérrez Solana (1886-1945), cuyas perturbadoras imágenes de la vida en Madrid reflejan su propia fascinación por la alienación y el distanciamiento. La obra de Solana impresionó a sus coetáneos por sus cualidades visionarias, pues ofrece la pesadilla de un mundo desidealizado. Pese a su fama como pintor, su trabajo como artista gráfico también merece nuestra atención. Sus aguafuertes guardan siempre relación con sus pinturas, ya que, por lo general, los realiza inspirándose en ellas y casi siempre por medio de dibujos. Al igual que el de sus pinturas, su valor expresivo reside en el poderoso uso de una línea enérgica, incluso impávida, para caracterizar la imagen.
Don Quijote en grabados
Además de obras de artistas españoles, la colección de grabados de la Hispanic Society alberga una extraordinaria selección de ilustraciones inspiradas en la famosa novela Don Quijote de La Mancha, de Miguel de Cervantes (1547-1616). Más de cuatro mil grabados, aguafuertes y litografías nos ofrecen un amplio abanico de técnicas e interpretaciones realizadas por artistas de todas las nacionalidades, con obras que van desde mediados del siglo xvii hasta el presente. Dado que sus grabados reflejan respuestas cambiantes al libro, proporcionan una historia gráfica de la acogida crítica de la novela y de la evolución de su concepción como obra: desde una astracanada hasta una comedia de costumbres más sutil y, por último, una idealización romántica. Entre las piezas más singulares se encuentran los grabados producidos por Jacques Lagniet (hacia 1600-1675) en 1650-1652, los cuales constituyen el primer esfuerzo importante por retratar la historia de Don Quijote en una amplia serie de estampas. Esta colección se ve además complementada por el nutrido repertorio de ediciones que la Biblioteca posee de la novela, desde la edición príncipe de 1605 hasta la actualidad.