Esta pintura de etérea quietud salió de los pinceles de Santiago Rusiñol Prats, una de las figuras más notables de la cultura catalana en torno a 1900. Pintor, escritor y coleccionista de arte, Rusiñol había nacido en 1861, en una familia adinerada de industriales catalanes. Tras realizar sus estudios en su ciudad natal se trasladó a París, donde residió a finales de la década de 1880 y durante la siguiente. En aquellos años hizo amistad con Ramón Casas (1866-1932), Ignacio Zuloaga (1870-1945) y Miquel Utrillo (1862-1934). Su exposición Jardines de España en 1899 le estableció como pintor de primera fila, a la vez que marcaba su creciente devoción a los jardines como tema de su arte. Hasta 1900 repartió su tiempo entre París y España, para después centrar su carrera en Cataluña, en Barcelona y sobre todo en Sitges. Junto con Ramón Casas tuvo un papel clave en el café barcelonés Els Quatre Gats, escenario de eventos de promoción del arte contemporáneo. Esa fue una de las muchas vías por las que Rusiñol influyó en muchos artistas más jóvenes, por ejemplo Hermen Anglada Camarasa (1871-1959). Su colección de pinturas, dibujos y piezas de las artes decorativas, especialmente de hierro forjado, se conserva en el Museu del Cau Ferrat de Sitges.
En 1901 Rusiñol empezó a pintar una serie de «calvarios», espacios religiosos dedicados a las catorce estaciones del Vía Crucis que servían como marco de procesiones en Semana Santa y lugar de devoción durante el resto del año. Llegaría a pintar catorce, diez de ellos en la serie de 1901-1902. De esos lienzos ejecutó dos en el calvario situado en un alto sobre Sagunto, al norte de la ciudad de Valencia, a mediados de 1901. Fotografías del artista en su estudio revelan que todavía en 1916 guardaba consigo el lienzo que hoy pertenece a la Hispanic Society. También demuestran que sus medidas no eran las que tiene ahora, ni aquellas con que se expuso en la década de 1920. Aparentemente Rusiñol decidió subrayar la dimensión horizontal de la composición, y para ello redujo el borde inferior, remetiéndolo debajo del bastidor, y volvió a firmar la obra.
La serie de los calvarios se sitúa en el contexto de las imágenes de cementerios que Rusiñol venía pintando al menos desde 1891, año en el que expuso una vista del cementerio parisiense de Montmartre. Pero esas imágenes encerraban aspectos de esperanza para él, que hablaba de «aquella quietud, aquel silencio, aquella sorda soledad [y] la calma que sigue a las grandes tempestades de la vida». De los cipreses, plantados tradicionalmente en cementerios y calvarios e interpretados como emblemas de la ascensión del alma al Cielo, Rusiñol escribió en su «Als xiprers» (1897, p. 2): «Les siluetes dels xiprers són les lapides dels pobres».